El terror según Stephen King

PRESENTADO POR MUBI

Hablar del terror contemporáneo implica necesariamente hablar de Stephen King. Su aporte no reside solo en el éxito editorial o la abundancia de títulos, sino en haber redefinido el género en códigos actuales. Desplazó el miedo de los castillos góticos y los monstruos ancestrales hacia los espacios comunes de la vida moderna: una escuela, una carretera, un hogar cualquiera. Con ese gesto, hizo del terror un espejo de la sociedad norteamericana y, al mismo tiempo, un fenómeno de masas.

Podría decirse que antes de él, el género pertenecía a los márgenes o a los nombres consagrados de la alta literatura —Poe, Lovecraft, Bram Stoker, Mary Shelley —. King rompió esas fronteras y lo llevó al gran público sin renunciar a la profundidad emocional ni a la mirada crítica. No inventó el terror, pero lo democratizó; lo llevó a las librerías, a las salas de cine, a la conversación cotidiana. Con su prosa directa y su instinto narrativo, logró que millones de lectores —muchos de ellos primerizos— descubrieran que el miedo también puede ser un placer.

Su debut Carrie (1974),
fue su declaración de principios.

La historia de una adolescente marginada que descubre su poder telequinético en medio de la crueldad escolar es, más que una historia de horror, una tragedia sobre la exclusión. King encontró el espanto en lo doméstico: en la incomprensión, en la represión, en la violencia de lo cotidiano. La adaptación de Brian De Palma (1976) transformó esa angustia en una pesadilla visual inolvidable —la sangre, los espejos, el fuego— y convirtió a Carrie White en un ícono cultural.

Años más tarde, Misery (1987) demostraría que King podía prescindir de lo sobrenatural
y seguir helando la sangre.

Allí, el escritor Paul Sheldon es rescatado de un accidente por su “fan número uno”, Annie Wilkes, quien termina convirtiéndose en su carcelera. El encierro, la obsesión y el amor deformado por la idolatría se mezclan en una historia tan tensa como claustrofóbica. La película dirigida por Rob Reiner (1990), con una soberbia Kathy Bates —ganadora del Óscar por el papel—, capturó con precisión ese miedo íntimo: el de ser poseído por lo que uno mismo ha creado.

Su influencia en el cine y la cultura popular es incalculable. Obras como El resplandor, It, Cementerio de animales o The Shawshank Redemption trascendieron el papel y se convirtieron en clásicos del séptimo arte. Gracias a King, el terror literario se transformó también en un fenómeno audiovisual global. A lo largo de su carrera, además, ha construido un universo narrativo propio, con lugares recurrentes como Derry o Castle Rock, y una mitología coherente que ha influido a generaciones de escritores posteriores.

A pesar de su importancia, la crítica lo ha tratado con desdén, considerándolo un autor “popular” más que “literario”. Sin embargo, el tiempo ha reivindicado su obra: hoy se le reconoce como un narrador excepcional que logra equilibrar entretenimiento, crítica social y exploración psicológica. Stephen King nos demostró que el miedo puede ser una herramienta literaria poderosa para hablar del ser humano y su época.

El interés en el terror—en los libros, en el cine, en las series— habla de una necesidad humana profunda: expiar los miedos compartidos. Al asomarnos a los abismos que King imagina, enfrentamos los nuestros. Nos aterra, sí, pero también nos libera. Porque el terror, cuando está bien contado, no solo busca hacernos temblar, sino recordarnos que seguimos vivos, que seguimos sintiendo. En esa catarsis colectiva, Stephen King ha encontrado su verdadero poder: hacernos mirar la oscuridad, pero también sobrevivirla juntos.


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