7 cuentos de terror animal. Una reseña sobre “Bestiario del miedo”
Bestiario del Miedo. Ilustración por Irma Sepúlveda.
No siempre le tuve miedo a los perros. De hecho, mi primera mascota fue una perrita: Wanda, una boxer preciosa con demasiada energía, el pecho blanco, el pelaje café y una colita casi inexistente. La Wanda nunca me dio susto, me provocaban un poco de asco su baba y sus lagañas, pero nada cercano al temor. Vivió muy poco porque le dio cáncer, y su muerte a mis 12 años marcó un antes y un después en lo que entendía como —la vida—, —estar viva—, —vivir—.
Eso sucedió a mitades de séptimo básico, y en el verano de séptimo a octavo fue cuando cambió mi relación con los perros.
Todos los veranos deambulaba entre estar pegada frente al computador de mi casa y estar pegada con un libro acalorada en mi pieza. Mis amigas en general salían de Santiago y yo me quedaba atrapada en la ciudad hablando por MSN con personas que no conocía.
Fue un quiebre de mi monótona rutina cuando me avisaron que mi mejor amiga de ese tiempo estaba de vuelta en Santiago porque había sido atacada por un perro y la habían tenido que operar. El golden retriever de una amiga de su mamá, un perro que ella conocía y había visto en varias ocasiones, le había agarrado la nariz en el momento que ella se había acercado a acariciarlo.
Es extraña la manera en que el miedo se te pega, a veces no tiene tanta racionalidad, como la aversión que adquirí con los perros después de algo que no me sucedió a mí. Supongo que opera como una forma de protección frente a aquello que no podemos explicar.
En el último tiempo, todo el terror que he leído ha sido de autoras latinas contemporáneas: Mónica Ojeda, Samanta Schweblin, Giovanna Rivero, Ana Llurba, Liliana Colanzi, Mariana Enriquez, cuyas obras entran en el terror desde distintos matices.
Por eso fue desafiante el salto a leer terror anglosajón del siglo XIX y XX, ese cambio implicó pasar de un terror corporal, íntimo y emocionalmente cercano —el de las autoras latinoamericanas, donde el miedo nace de la familia, el cuerpo o la violencia cotidiana—, a un terror más simbólico, moral y sobrenatural, propio de los escritores como Edgar Allan Poe, Bram Stoker, Rosa Campbell Praed, Ambrose Bierce, William Wymark Jacobs, Edward Frederic Benson y William Hope Hodgson, presentes en el libro Bestiario del miedo, que reúne relatos clásicos de terror animal.
Lala Toutonian, escritora argentina, fue la encargada de seleccionar los cuentos y de traducirlos, mirando con abundante sensibilidad y detalle lo característico de cada uno para poder traerlo a nuestro idioma: “toda traducción, antes que técnica, es un pacto, una forma de acuerdo con los muertos y con los monstruos”, escribe en el posfacio del libro, donde ahonda en las particularidades de cada relato para poder abordar la traducción.
En los siete cuentos —El Cuervo de Poe, La squaw de Stoker, El Bunyip de Campbell Praed, Aceite de perro de Bierce, La pata de mono de Jacobs, La gata de Benson y La criatura de las algas de Hodgson— los animales aparecen como mediadores del terror, a veces encarnándolo directamente, otras reflejándolo.
“Creemos que son nuestros compañeros, sabemos que son nuestras víctimas”, dice Mariana Enriquez en el prólogo de Bestiario del miedo. Hay un movimiento muy interesante del lugar que ocupan los animales en estos relatos, entre víctimas y jueces. En El Cuervo de Poe, por ejemplo, el pájaro es la voz del duelo, la materialización del recuerdo que se niega a morir, provocando un tormento psicológico en el narrador y destinándolo a una espiral de locura melancólica y desolación.
Por otro lado, en La squaw, la gata negra que aparece es tanto víctima como juez. La violencia desencadena más violencia y convierte a la madre gata en la justicia: su mirada herida se transforma en venganza, en castigo hacia la crueldad humana.
El especismo, aquella creencia que nos sitúa como humanos por encima de las otras especies, es notoria y brutal en estos cuentos. La tranquilidad y normalidad con la que explotamos a los animales, es tal vez lo más terrorífico de todo. Aparece en el cuento de Bierce, donde los perros son sacrificados para hacer aceites milagrosos o en el de Jacobs, donde una pata mutilada de un mono es el elemento milagroso y fatal. En ninguno hay un cuestionamiento sobre lo animal, solo un utilitarismo mezquino de aquello. Una absoluta relación de espanto, como plantea Enriquez en su prólogo.
En Hodgson, la criatura de las algas castiga la arrogancia del hombre que invade su territorio, al igual que el bunyip de Praed. En ambos cuentos el animal (o lo animal) responde al exceso humano. Son relatos donde la naturaleza observa y se defiende. El Bunyip de Rosa Campbell Praed es, quizás, el más explícito en esa dirección: el monstruo mezcla de espíritu y bestia, se levanta contra el colonialismo. En ese relato, lo animal ya no es simple amenaza, sino memoria viva de la tierra profanada.
El terror continuará siendo fascinante y lo seguiremos buscando: porque nos obliga a escuchar esas otras voces; las de los animales, las de la naturaleza, las del inconsciente, que nos devuelven la mirada y nos interpelan. Y en esa mirada lo que realmente asusta no es el monstruo, sino reconocer algo nuestro en su reflejo.
June García Ardiles (Santiago, 1996). Es periodista y escritora. Autora de Tan linda y tan solita, y la saga infantil El mundo de Lulú. Realiza clubes de lectura y talleres de escritura.