Mañas lectoras: ¿un ritual o una obsesión?

 

Leo las anotaciones que tengo para escribir este texto: “lectora poliamorosa, hábitos, ansiedad, rituales, manías”. No sé cómo agrupar estas ideas, pero entiendo hacia dónde quiero ir: deseo indagar en aquellas obsesiones propias que rodean el acto de leer. Con el tiempo he descubierto cuáles son las que más adoro, las que ya están fijadas en mi cuerpo y en mi cabeza, las que no pueden faltar, porque si no están, simplemente no puedo leer.

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Pronto parto de viaje. No hay nada que gatille más mi ansiedad lectora que eso. La posibilidad inmensa de un tiempo inabarcable para dedicarme a leer. Y la pregunta imposible o la más emocionante: qué llevar. 

Hay que ser realista, lo ideal es no cargar tanto peso, pero qué pasaría si me acabo todos los libros, qué voy a leer, allá me podría comprar algo, de hecho, debería comprar libros locales, mejor llevo el ipad también, así tengo una infinidad de opciones, pero qué pasa si quiero leer en una banca de un parque, o si me quedo sin batería, siempre es mejor leer en papel, es más rico, es más de verdad, sí, de seguro me leo cinco libros en diez días, no, obvio que no, pero tres parece muy poco, tienen que ser no muy cortos, me tienen que durar, es mejor que sobren a que falten, da lo mismo el peso, puedo llevarlos todos en la mochila, mucho mejor así puedo agarrarlos fácilmente, debería mirar mi itinerario y calcular cuánto voy a leer realmente, ¿duermo o leo en el avión?, tienes que ser sincera contigo misma. 

Ya, tres libros y el ipad para diez días. Y comprar algunos cuando llegue.

Los elegidos para esta vacación son:

En breve cárcel, de Silvia Molloy
Kokoro, de Natsume Soseki
Pedro Páramo, de Juan Rulfo

Voy y quiebro una regla que me había autoimpuesto: no leer varias novelas en paralelo. 

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Sí a leer distintos libros al mismo tiempo, multilectora parece que se dice, pero encuentro que lectora poliamorosa es más entretenido. Cada libro como un amor. Todos de un género distinto. Nunca novelas simultáneas, hasta ahora, no sé por qué. Tal vez tenía miedo de que se me cruzaran las historias, como si un verso no se pudiera entremeter en el párrafo de un ensayo. Tal vez ahora quiero que me hablen de manera sincrónica. Tal vez deseo obligar a los personajes a coexistir en mi mente: que Juan Preciado le pregunte algo a Sensei y responda Vera. 

Pero será solo un momento. Sé que el equilibrio de intercalar una novela o unos cuentos, un libro de poesía y uno de no ficción, me hace sentir que todo está cubierto, que no me estoy perdiendo de nada. 

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Amo las solapas, o más bien, odio los libros sin solapas. Me encanta la independencia de que cada libro se pueda marcar a sí mismo, y que esa marca no implique un mal, como doblar las esquinas. Encuentro placer en ver cómo avanza la solapa hasta que toca cambiar a la de atrás. Cuando eso sucede significa que ya queda poco, porque para mí las segundas mitades son siempre más rápidas, ya me empiezo a despedir. 

Tengo muchos marcapáginas, pero al final siempre termino usando otra cosa para los libros sin solapa, justo ahora señalo la página de Bluets en la que voy con una postal de amor y una tarjeta de amor de la mujer que amo. 

Vuelvo a la idea de las marcas, ¿que no implique un mal? No sé. Doblar esquinas afecta el cuerpo del libro, su materialidad, pero rayarlo también y eso me encanta. A lo mejor es algo más bien visual. Tampoco me gusta pegarle banderitas a los libros, mucho menos destacar frases con destacador. Antes solo rayaba con lápiz pasta negro Pilot punta fina (que son los únicos lápices con los que escribo a mano), ahora lo hago con un lápiz Pilot super gel rosado, a veces con uno morado. 

Cuando miro los libros que rayé con negro siento que son tan tristes. Rayar con color es otra cosa, rayar con color grita “mira esto que te llamó la atención, observa lo que quisiste recordar, lo que te marcó y por eso lo marcaste”. Rayar con colores lo heredé de la mujer que amo, ella me compró los lápices rosados y morados, y me insistió que probara. 

Uso corchetes si es una frase larga o varias frases. Si es menos subrayo. Hago asteriscos, signos de exclamación y corazones a los costados de lo corcheteado o subrayado si es que quiero puntualizar algo más. A veces invento unos pies de página si es que quiero anotar algo. 

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Soy voyerista y exhibicionista de las marcas en los libros. Me gusta leer libros rayados y que lean mis vestigios lectores.

Esto se ha intensificado desde que amo a esta mujer que he mencionado. Leer sobre sus marcas me ha permitido dialogar con ella en un pasado en el que no nos conocíamos. Y que ella lea sobre las mías ha generado que le pueda hablar sin tener que estar ahí. 

Rayar juntas los libros, eso ya es otro nivel de amor y amerita un texto por sí solo. 

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Solo puedo leer con un lápiz en la mano.

Aunque he leído libros que no puedo marcar porque no son míos, mi acercamiento al texto cambia. Como deseo guardar de alguna manera las frases que más me gustaron, les saco fotos y recorto la imagen para no olvidar qué exactamente me había llamado la atención. Me pasó con El cuerpo en que nací, de Guadalupe Nettel, mi psicoanalista me lo prestó porque llevábamos algunas sesiones hablando sobre infancia y memoria, pensó que me podía gustar y servir. 

En su consulta siempre hay muchos libros: ensayos de filosofía y psicoanálisis, poesía de todo tipo, mucha literatura japonesa, novelas latinoamericanas. Tiene buenos libros, libros que yo quisiera tener, libros que tengo y que amo, libros que no conozco, pero parecen interesantes. Ha sido relevante para mi análisis que ella sea una buena lectora, jamás había pensado en eso al momento de buscar una psicóloga, pero ahora lo he incorporado como un requisito.

Pero eso es una maña de terapia, no una maña lectora.

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Me encantaría poder leer en movimiento. Envidio profundamente a las personas que leen en el metro o en el bus. Pero me mareo y eso lo arruina todo. Generalmente leo en mi cama o en el sillón cuando estoy en mi casa, lo hago en silencio, nunca con música. Aunque se me hace muy fácil leer con ruido de fondo, como en una plaza o en un café.

Siempre llevo un libro conmigo. Aunque sepa que no tendré tiempo o momento para leer. Es un libro de emergencia. 

No soy una lectora disciplinada, más bien soy caótica y voraz. Quisiera leer una hora todos los días, pero la realidad es que leo diez minutos seis días a la semana y seis horas el séptimo día. 

Prefiero leer en papel, aunque el espacio, el dinero y la distribución me han llevado a leer mucho en digital. No puedo tener tantos libros. No puedo comprar todos los libros que quisiera leer. A veces los libros no llegan a Chile o se agotan y no vuelven. La virtualidad ha solucionado mucho de eso. Cuando leí Nuestra parte de noche decidí que después de este, los libros así de largos los leería en digital, porque son muy pesados de acarrear y muy difíciles de sujetar para leerlos. 

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No me molesta que los libros se ensucien o arruinen un poco. Me agrada mirarlos y saber que han vivido. Que estén un poco desteñidos porque han tomado sol. Que sus hojas estén arrugadas porque se han mojado un poco con el mar (y que a veces tengan hasta arena). Que estén marcados porque pasaron varias noches junto a un café. 

Que se note que son libros que han vivido y que por lo mismo yo he vivido con ellos. 

 

 

June García Ardiles (Santiago, 1996). Es periodista y escritora. Autora de Tan linda y tan solita, y la saga infantil El mundo de Lulú. Realiza clubes de lectura y talleres de escritura.

 
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