La literatura infantil primero
Lo primero que marqué en Google Maps fue la 国際子ども図書館 (Kokusai Kodomo Toshokan) – Biblioteca Internacional de Literatura Infantil, rama de la Biblioteca Nacional de Japón dedicada exclusivamente a libros infantiles y juveniles. Era incapaz de creer que en unos meses estaría cruzando el Parque Ueno para llegar ahí y me era inimaginable lo crucial que iba a ser esa visita al momento de decidir qué quería hacer en mi futuro próximo.
En honor a ese deseo inicial fue lo primero que visité cuando llegué a Tokio. Después de un viaje de 32 horas y una noche donde descansé a penas 4 por el cambio de horario, tomé un desayuno de la konbini y me embarqué en la línea Yamanote hasta la estación Ueno.
La biblioteca era enorme y preciosa, como la mitad de nuestra Biblioteca Nacional, pero solo de literatura infantil. En el primer piso estaba la colección infantil, una internacional, un espacio para estudiar, otra para lecturas públicas y una cafetería. En el segundo una galería sobre la historia de la literatura infantil japonesa y una sala de investigación sobre literatura juvenil. Y en el tercero un hall para eventos, un lounge y un museo que en ese momento exponía los libros de la Lista de Honor de IBBY del 2022, donde me encontré con una edición chilena del libro “El mundo es redondo” de Gertrude Stein, traducido por Verónica Zondek y publicado por Bisturí 10.
Era un jueves y la biblioteca estaba llena. Personas adultas, niños y niñas. Todos y todas atentamente eligiendo sus libros y sentándose a disfrutarlos. Yo sudaba de la emoción cuando entré a la colección general: una sala dividida en estantes circulares que formaban distintos anillos donde se ordenaban los libros. Filosofía, religión, ciencia, poesía, narrativa, matemática, historia, manualidades, cocina y tanto más.
De repente fui una niña de nuevo porque no sabía leer en japonés y no podía usar el celular en la sala. Así que tomaba un libro y miraba los dibujos intentando crearme una historia. Reconocí en mí la misma frustración que sentía a los 4 años cuando tomaba los libros y no me decían nada, y también la misma certeza: necesito ser capaz de leerlos.
En ese momento decidí que algún día volvería a la Kokusai Kodomo Toshokan y sería capaz de leerlos todos.
Aprender un idioma nuevo es en algún sentido volver a ser una niña.
Me maravilla conocer las maneras en las que se dicen palabras que me gustan y después reconocerlas en los libros, en los animé, en la música. De repente un grupo de recuerdos, significados e imágenes se condensan en un concepto hecho de trazos:
山 (yama): montaña
星 (hoshi): estrella
秋 (aki): otoño
雪 (yuki): nieve
家族 (kazoku): familia
海 (umi): mar
花 (hana): flor
猫 (neko): gato
旅 (tabi): viaje
友達 (tomodachi): amigo
El año pasado a la autora que más leí fue a María José Ferrada. Me reí con Las memorias de Hugo (el chancho de tierra) y lloré con La tristeza de las cosas; me sorprendí con Geografía de máquinas y me indigné con Sábados. La obra de Ferrada debe ser uno de los mejores ejemplos de la inmensa capacidad temática, narrativa, estética y política de la literatura infantil. Toma la sorprendente mirada de la niñez y la transforma en libros que pueden llegar a todo tipo de lectores, sin nunca subestimar a quienes la leen. Porque hay personas que creen que a los niños y niñas no hay que hablarles de ciertos temas, esperando poder protegerlos de aquello que nos parece malo o difícil. Pero todo eso existe en el mismo lugar donde están esos niños y niñas que no son ajenos ni a la violencia, ni al dolor, ni a la tristeza, ni a la discriminación. Muchas veces, la encarnan.
Pienso que hay algo muy japonés en la literatura infantil. No estoy segura si tiene que ver con la brevedad o la precisión, pero es una sensación. Quizás tiene que ver con mi modo de relacionar Japón e infancia. Sea por la razón que sea, no me sorprende que una estudiosa de la literatura japonesa sea a la vez una gran escritora de libros infantiles. Cuando leí Diario de Japón me fascinó poder ver el encuentro de esos mundos de María José Ferrada y conocer cómo sus historias fueron recibidas con curiosidad en un Shōgakkō lleno de pequeños y pequeñas japonesas.
Después de ver la asombrosa exhibición sobre la historia de la literatura infantil y de pasar días y días recorriendo librerías y bibliotecas, me quedé con la idea de que en Japón no hay un abismo entre la literatura para las niñeces y para la adultez. Compartí con quienes que me hablaron con pasión de obras infantiles al mismo tiempo que me recomendaban leer ciertos libros de Mishima o de Dazai, sin generar ningún tipo de diferencias entre unos y otros.
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Hace unas semanas tuve la amarga sorpresa de toparme con un texto que hablaba con muchísimo desprecio sobre mi trabajo, diciendo que yo era escritora, pero que no escribía “ni cuentos, ni novelas”. Parece ser que la saga de los ocho libros que componen El mundo de Lulú no pueden ser considerados como novelas. ¿Por qué? ¿Por qué contienen ilustraciones? ¿Por qué narran las aventuras de una niña? ¿Por qué se leen en los colegios?
Constantemente cuando alguien me pregunta qué estoy escribiendo y les cuento que estoy trabajando en una novela, tienden a agregar: ¿pero una novela o un libro infantil? El adultocentrismo feroz en el que estamos inmersos nos hace querer generar esa división para poder otorgarle a la literatura —adulta— esa jerarquía mayor de literatura “de verdad”. Y hoy lo vemos en gestos como el de la Municipalidad de Santiago, que decidió eliminar rápidamente los reconocimientos a la literatura infantil y juvenil en el Premio Municipal de Literatura de este año, escudándose en una falta de presupuesto para financiar a esos géneros menores.
Y esto no es solo un desdén a la niñez, es también un desprecio a la cultura en general.
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En Chile contamos con editoriales increíbles dedicadas al trabajo con la literatura infantil, como Claraboya, Ediciones Liebre, Amanuta, Ekaré Sur, Muñeca de Trapo, entre muchas más. Particularmente admiro la labor de la Editorial Cabeza Hueca, una editorial de niños para niños, con historias bellísimas y escapando todas las lógicas del adultocentrismo.
También tenemos el privilegio de acceder a un espacio como la Biblioteca Interactiva Latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil, la querida BILIJ, donde no solo las infancias están en el centro, sino que este tipo de
literatura genera un espacio de encuentro para todos y todas;
se estudia, se discute y se difunde.
Es por lo anterior que me es fácil recomendar tres libros que son una muestra clara de lo que se está creando en nuestro país para las infancias: obras originales, sensibles y llenas de creatividad, que demuestran que nuestra literatura infantil tiene voces propias y un horizonte muy prometedor.
—Los pequeños cristaleros, de Antonia Roselló y Bernardo Bello (Ediciones Ekaré Sur)
—La niña que se escondía demasiado, de Joceline Pérez Gallardo (Muñeca de Trapo)
—Los derechos de los niños, de María José Ferrada y Francisca Yáñez (Planeta Lector)
Sé que no hay algo como un “buen lector”, pero cada una puede tener sus proyecciones de esa figura. Para mí, si alguien se considera “buen lector” y no lee autoras mujeres, no estaría de acuerdo. Lo mismo me pasa con la literatura —infantil—. Es literatura, con más colores e ilustraciones, tal vez, pero es literatura.
Defender este tipo de literatura no es solo un intento de cuidar la infancia, es también resguardar un patrimonio único que nos pertenece a todos y todas. Son los libros que nos enseñaron a leer (si estuvieron en nuestra infancia) y que nos acompañaron mientras entendíamos cómo funcionaban las palabras.
Son libros que dialogan con todas las edades y no leerlos en la adultez por su categoría —infantil—, nos empobrece. Nos encierra en esa mentalidad de que solo los adultos que le escriben a otros adultos tienen algo interesante que decir.
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Sería muy feliz si alguna vez puedo leer Kokoro de Natsume Soseki en su idioma original, pero con tal solo aprender lo suficiente para poder leer ただいまねこ (Tadaima neko),ののたろうのさんぎょすくい (Nono Tarō no sangyo-sukui) o ねことねこ (Neko to neko), los libros infantiles que traje de Japón o cualquiera de la Kokusai Kodomo Toshokan, ya sería inmensamente afortunada de conocer la literatura japonesa desde su género más creativo; ese dedicado a la infancia.
June García Ardiles (Santiago, 1996). Es periodista y escritora. Autora de Tan linda y tan solita, y la saga infantil El mundo de Lulú. Realiza clubes de lectura y talleres de escritura.