¿Por qué leemos lo que leemos?
Por un camino imperceptible llegan libros a mis manos, ruegan ser leídos.
Algunos quedan ahí como migajas olvidadas. Una adicción a comprar más libros de los que puedo leer, me empuja. Voy marcando y sacando capturas de pantalla que no volveré a revisar. Anoto el libro que recomendó alguien intelectualmente admirable, anoto los libros que alguna escritora usará en su club de lectura; elijo uno de los diez más vendidos, me arrepiento, lo borro. Pienso en algún clásico que me haya sentido incómoda de admitir no haber leído, lo anoto en mi lista. Ya no sólo nos avergonzamos de los malos olores, los malos hábitos y los improperios, también nos disculpamos por no comernos el mundo entero.
¿Cómo llegan los libros que leo a mis manos?
¿Por qué leemos lo que leemos?
Repaso el camino recién nombrado: los libreros, las grandes editoriales, mis amigas, los influencers, el algoritmo. El otro día una amiga me contó que no estaba bien, mi teléfono estaba cerca y comencé a recibir publicidad de libros de autoayuda, arriesgando que esa sección de libros se convirtiera en mis únicos referentes del año. Otras veces me recomiendan clásicos, los mismos que enseño en la universidad. ¿Cuán libre soy de elegir? Casi siempre elijo un libro que alguien ya me dijo que era excelente, cuando después no me gusta me pregunto si estoy en lo cierto, como si mi gusto personal también pudiera desaparecer.
A veces no entiendo el mundo, siento que hay que elegir bandos en todo: religiosos, políticos, papá o mamá, progre o fascista, bestseller o libros de nicho, bueno o malo. ¿En qué momento los libros perdieron la libertad? Valoro incuestionablemente la buena recomendación de una obra, pero ¿cuándo fue la última vez que elegí un libro sin ningún filtro? Ni el de una editorial, ni de un escritor, ni de un algoritmo. Sin ninguna curatoría previa a mi sensación frente a él: a tocar su portada, a ver si su rugosidad me convencía, su color, su contratapa, su olor, la lectura de un pasaje al azar.
El valor de los libros sube, y el pago del IVA no ayuda. Comprar un libro no recomendado, parece ser un acto suicida de veinte mil pesos, que pueden no recuperarse nunca. Tiritan de convertirse en decoración intelectual.
Extraño agarrar un libro del que no sepa nada, sorprenderme, no conocer
al autor y sentir que encontré una joyita, la adrenalina al empezar a leer.
–Siento que todo es marketing—le dije a una amiga—. ¿Cómo puedo llegar a ese libro que escapa de ese circuito invisible que visibiliza solo ciertas obras?
—¿Alguna vez lo hiciste? —me preguntó de vuelta—. ¿Agarrar un libro de un autor desconocido y leerlo?
—Sí —le dije con seguridad—, en mi infancia, desconocía que esa curatoría la hacían mis padres. Me acercaba a su librero y robaba libros que aún tenía prohibidos, en mi inocencia, pensaba que los estaba descubriendo.
¿Dónde encuentro eso hoy? ¿Dónde me tropiezo con un libro, con un texto que me llegue desde otro lugar?
—En las ferias —me contestó—, ahí están esos autores que en otros lugares no se pueden ver.
Yo me quedé pensando si es que había algo de verdad en sus palabras o también estaban condicionadas.
Florencia Ana es escritora, docente y tallerista. Autora de la novela Huérfila (Catalonia). También es autora de la colección infantil “El Mundo de Lucinda” cuyos dos primeros títulos son El viaje al gran Ulmo y La mariposa del Chagual (Catalonia).