
¿Por qué leemos lo que leemos?
Por un camino imperceptible llegan libros a mis manos, ruegan ser leídos. Algunos quedan ahí como migajas olvidadas. Una adicción a comprar más libros de los que puedo leer, me empuja.

En contra (y a favor) de los bestsellers
Nunca me gustaron los bestsellers. Hay algo en la manera en que son escritos que no me convence. Mucha cursilería, mucho recurso fácil, mucho blablá y poco sustento. La forma como simplifican fenómenos complejos –desde el amor, pasando por la violencia, las familias, la salud mental– me estresa.

Silencio, por favor
De niño le temía, en mi juventud lo despreciaba, pero ahora, mañoso y terco, me volví un adicto al silencio.

Soy (también) las madres que leo
Madre. Madre. Madre. Hace seis meses lo soy. ¿O fue antes? ¿Cuando quedé embarazada? Miro mi velador. Los libros están ahí, desparramados, uno arriba del otro. Son los de ahora, los de estas semanas. Los viejos, los ya leídos, se fueron a la biblioteca que tenemos en el primer piso. Es extraño. O quizás no, pero voy a confesar una verdad, una mía: nunca me interesaron los libros sobre maternidad o las novelas que hablaban sobre eso.

La delicada intimidad de leer en voz alta para otro
Durante el verano me junté con un par de amigos a leernos nuestros respectivos proyectos literarios. Yo, que me formé en talleres, hace años no asistía a estas instancias donde se comparte el texto, y su idea se pone a prueba.

Cómo se ordena un velador
No sé de dónde habrá venido la costumbre de leer antes de dormir, pero se supone que terminado el día una debiera acostarse con la antelación y energía suficientes para avanzar algunas páginas antes de efectivamente dormir.