Lectura electrónica: lo que gané y lo que perdí cuando adquirí una Kindle
Crecí en una casa de personas lectoras pero de pocos libros. Supongo que siempre tuve la noción de que eran caros, y de que no había espacio para ellos.
Para poder estar cerca de los libros, me inscribí a los 6 años en la biblioteca del colegio, a los 13 en Bibliometro. A los 19 en la Biblioteca de Santiago, y a los 20 en la Biblioteca Nacional. El acceso al mundo de la lectura ya estaba logrado, pero quería tenerlos, una casa del futuro de paredes cubiertas de libros, una selección a partir de la cual se pudiera interpretar mi identidad.
Cuando tuve mis primeros sueldos, paseaba y entraba aleatoriamente a librerías a comprar libros de a dos, de tres, construyendo mi biblioteca con los libros que me habían gustado -Los Gemidos de Pablo de Rokha, edición Lom, con el cyan contra el negro de la portada y rojo del título-, o aquellos que me atraían demasiado -toda la colección Compactos de Anagrama, con su diversidad de portadas de colores-.
Cuando la gente supo que me gustaba leer, comenzó a regalarme libros,
que fueron ampliando mi biblioteca, la que ha vivido ya varias purgas y pérdidas, y que hoy es tan abundante que botó una de mis repisas hace
unos días por el peso.
Así que como romántica del libro, mi entrada al mundo de los e-readers fue tardía, pero inevitable. Adquirí una Kindle el 2023, para unas vacaciones en el extranjero. La posibilidad de transportar una cantidad de libros equivalente a una biblioteca era a todas luces una ventaja para una viajera low cost, que disfruta demasiado de leer en los aviones -uno de los pocos transportes donde no me mareo-.
Calculo que llegué veinte años tarde, ya que la historia del auge de la lectura electrónica parte el 2004, cuando Jeff Bezos creó Lab126 -rama de Amazon para investigar la lectura- con el objetivo de construir el mejor lector electrónico del mundo. Para hacerlo, dentro de Lab126, se desarrolló una sala llena de sillas cómodas, donde cámaras estenopeicas estudiaban la forma en que las personas leían.
Ahí, el papel era el estándar a igualar por diseñadores industriales e ingenieros de hardware. El papel, distinguido por ser barato, liviano y fácil de producir; que existe desde el siglo I d.C. y que, en 21 siglos de historia, junto con la tinta y el libro, no ha dejado de ser parte de las sociedades.
El primer modelo de Kindle apareció el 2007.
Traía un teclado y una librería incorporada en el dispositivo. No era solo una nueva forma de leer, sino una nueva forma de consumir lo que se lee: a través de licencias de contenido digital con total arbitrio por parte de la tienda virtual para interrumpir dicha licencia.
Un libro es tuyo una vez que lo compras. Tan indudablemente tuyo que vive contigo en tu casa, duerme contigo, se traslada contigo. Su bienestar depende del tuyo. Tan tuyo que puedes rayarlo, arrancarle páginas para regalarlas, o imprimirle tu nombre. En un libro electrónico no puedes escribir una dedicatoria, no puedes prestarlo.
En nuestro entender dialéctico del mundo, lo nuevo siempre amenaza a lo viejo. Me atrevo a decir que existe un tipo de lector/a/e que teme que el e reader desplace al libro y a las librerías. Que aprecia esos momentos de vulnerabilidad, entrega y confianza, donde se comparte la biblioteca y se muestran páginas favoritas, subrayados, y otros detalles del arte impreso que han impactado la existencia.
Las mejores cosas en la vida son las intuitivas. Conocimos el mundo a través de cosas, igual que nuestros padres, madres, abuelos y abuelas. Quizá más cosas y en mayor abundancia, en el caso milenial. Un libro era un objeto con un peso, un olor, una textura. Pero un e reader también es un objeto desde el cual conocer el mundo.
Hay lectores que no quieren elegir entre uno y otro, y yo hoy leo simultáneamente libros electrónicos y libros tradicionales.
Durante un viaje familiar a la playa, vi a mi mamá retornar a la lectura gracias a un lector electrónico. Tomó por curiosidad la Kindle de mi hermana, quien con el tiempo, acabó por regalársela y comprarse una nueva. Una mujer de 60 años, que podría ser con toda autoridad una romántica del libro, olvidando el objeto tradicional por la comodidad de la novedad.
Imagino a futuro una nueva brecha entre los entusiastas del siglo XX, con adoración por los objetos, y los entusiastas del futuro, seguidores de los dispositivos y la experiencia virtual de lo que alguna vez se consideró como lo real y cotidiano.
Romina Reyes (Santiago, 1988). Escritora y periodista. Entre sus publicaciones están los libros Reinos (Overol), Ríos y provincias (Montacerdos) y el fanzine Parecíamos Eternas. Actualmente es tesista de la Maestría en Literatura Española y Latinoamericana de la UBA.