¿Debe el Estado apoyar a los escritores?
Este año he regresado a la inestabilidad laboral, teniendo que escribir y reescribir mi currículum para postular a distintos trabajos. Redactar tu trayectoria es todo un viaje existencial.
Tengo, por supuesto, mi currículum literario. Este, como el de periodista, crece, muta. Hoy destaco mi participación en ferias literarias en el extranjero, pero ayer me describía como ganadora de galardones literarios, entre ellos los Juegos Literarios Gabriela Mistral, un concurso organizado por la Municipalidad de Santiago que estuvo en la prensa las últimas semanas a raíz de la denuncia de cientos de escritores y escritoras -entre los que me incluyo-, ante la incertidumbre sobre si se realizaría este 2025.
Tras la publicación de la carta de los escritores, se anunciaron las bases de ese premio, y del Municipal; este último con cinco categorías menos: Referencial, Géneros Periodísticos, Literatura Infantil, Literatura Juvenil y Edición habían sido eliminados, luego del esfuerzo de incorporarlos tomando en cuenta la diversidad actual de la industria literaria. El alcalde de Santiago, Mario Desbordes, manifestó a La Tercera que esto respondió a “un ajuste en general en el municipio, para poder cubrir los gastos y eso ha significado recortes en todas las áreas”.
Hoy el uso del recurso público está fuertemente vigilado por una ciudadanía que espera soluciones concretas a problemas concretos. En tiempos donde
la seguridad se prioriza en las agendas de distintos servicios, vemos que nuevamente se recorta la cultura como si fuera antagonista, o simplemente
un ámbito menos importante para lograr el bienestar social.
Para el alcalde, se abrió un flanco con el mundo del libro, porque su administración parece desconocer esa relación virtuosa que ha hecho del municipio de Santiago un actor fundamental en las carreras literarias de muchos escritores y escritoras. Entre ellos, yo.
Yo tenía 20 años cuando gané los Juegos Literarios. Era la versión del siglo XXI de los Juegos Florales, los que en 1921 premiaron a una desconocida profesora de castellano de 25 años apodada Gabriela Mistral, por sus Sonetos de la muerte.
Recuerdo el día en que contesté el llamado de un número desconocido que me anunciaba que había recibido el primer lugar en la categoría cuento, me pedían una dirección para enviar las invitaciones a la ceremonia de premiación. Recuerdo haber cortado la llamada con los ojos llorosos. En esa época pasaba justo por un bajón creativo. Me preguntaba cuál era la gracia de dedicar tanto tiempo y trabajo a escribir, ¿Quién era yo en el mundo del libro entonces? Una lectora que quería pasarse al lado de los creadores. En ese momento existía un campo con editoriales independientes incipientes, donde algunos cobraban; parecía que solo el capital social o económico me podrían llevar a publicar. Yo no tenía ninguno. ¿Podría publicar un libro algún día? Recibir este premio me hizo pensar por primera vez que sí.
Recientemente el escritor Álvaro Campos cuestionaba en The Clinic el que el Estado “diera plata” a los escritores para que “vivan como burgueses”, en referencia específica a los fondos de cultura, preguntándose por qué no trabajan? Lamentablemente, en el Chile post escándalo de fundaciones y licencias médicas, pasando por la denuncia de irregularidades en el uso de fondos de cultura, pareciera que cualquiera quisiera aprovecharse del erario público. El escritor bajo ese lente vendría a ser otro personaje más que quiere que le “subsidien” la vida por hacer algo que, en última instancia, es solo un beneficio personal.
Lo cierto es que el ecosistema del libro se ha nutrido tradicionalmente en
Chile de Premios y fondos públicos. Pero no para vivir con privilegios, sino simplemente para poder hacer el trabajo. Hay estímulos públicos que pueden cambiar el curso de las vidas de las personas. En mi caso, fue así. ¿Sería hoy una escritora publicada sin ese reconocimiento? Tener ese estímulo económico me permitió dedicar mi tiempo libre a escribir, y pagar un taller literario donde me perfeccioné. Así surgí en el mundo del libro. Sin tradición, sin herencia,
pero con un par de premios literarios a mi haber.
La participación del Estado en el financiamiento de la cultura está lejos de ofrecer “vidas burguesas”. De ninguna manera reemplazan un trabajo formal, apenas lo complementan y permiten que muchas obras existan, tanto para autores como para editoriales. Supongo que las y los escritores “burgueses” lo son porque nacieron “burgueses”, porque la literatura no enriquece a nadie. Los vinos de honor y otros eventos literarios son solo instancias que no borran ni el origen social ni la vida cotidiana de quienes se dedican a escribir y a publicar. No puedo hablar por todos los y las escritoras de este país, pero sí conozco a varios, y diría que la gran mayoría tiene un trabajo formal -los más comunes de profesor, periodista o guionista-, y hay otro tanto que vive de la autogestión de talleres y espacios literarios. Los fondos de cultura, por lo demás, son una especie de contrato con el Estado, que deben rendirse bajo parámetros estrictos. De ninguna manera son un regalo.
¿Quién pierde cuando se retiran los fondos o premios literarios? Pierden las y los escritores, y el resto de actores del campo literario. El trabajo literario existe, y es ejercido por cientos de personas a lo largo de un país que nunca ha querido pagar por cultura, quizá por la inflación, por lo bajo de los sueldos, porque la vida se pone cada vez más cara. En este escenario, es el Estado el que debe garantizar el acceso a la cultura, bajo el acuerdo de que esta es fundamental para sostener la subjetividad de las personas. Y parte de esa labor es permitir que personas de todos los orígenes tengan la posibilidad de desarrollar una voz.
Como alguien que alguna vez obtuvo premios y fondos, pienso que la importancia de estos es que logran subsanar el que nadie pague por escribir. Sirven también de reconocimiento a un campo laboral que funciona en la precariedad. Y logran apoyar trayectorias que no tienen las entradas que
quizá un nepo baby de la cultura tendría.
En ese sentido, celebro la carta de las, los y les escritores de la Escuela de los Juegos Literarios Gabriela Mistral quienes encendieron las alarmas sobre esta situación. Fue muy decidor, al leer las firmas, conocer la gran cantidad de escritores que leo y respeto que han ganado los premios de la municipalidad de Santiago, algo que solo reafirma el valor de su existencia. Algunos que también fueron premiados el mismo año que yo, y los siguientes. Con quienes nos encontramos primeros en la ceremonia municipal, y luego en ferias, lanzamientos, y en los espacios por donde hoy late la literatura chilena contemporánea, siempre con tantas deudas por subsanar, y la necesidad de un Estado que ayude a
siempre levantar nuevas voces.
Romina Reyes (Santiago, 1988). Escritora y periodista. Entre sus publicaciones están los libros Reinos (Overol), Ríos y provincias (Montacerdos) y el fanzine Parecíamos Eternas. Actualmente es tesista de la Maestría en Literatura Española y Latinoamericana de la UBA.