Por qué elijo la noche para leer
Leer es la actividad con la que culmino la mayoría de mis días.
Tengo en el dormitorio una repisa con los libros que quiero leer en el corto plazo, un criterio solicitado por mi pareja, luego de que la repisa colapsara por el exceso de títulos. Veo la veintena de publicaciones ordenadas; la mayoría acompañarán mi latencia, y los desvelos ya controlados, pero que
a veces se activan por un maullido de mi gata engrifada, o un grito que llega
a mis oídos desde la calle, no logro ver ni reconocer desde dónde.
De la veintena de libros que leo anualmente, la mayoría de ellos me acompaña en las noches. Los guardo debajo de la almohada o en el velador, aunque muchas veces acaban en el suelo.
Un ensayo clínico en 2021, hecho en Estados Unidos, le pidió a 496 participantes que leyeran un libro en la cama antes de irse a dormir, y a otros 496, que no leyeran. Después de una semana, el 42% de los lectores reportaron una mejora en el sueño, frente al 28% de los no lectores. Este ensayo, mostró también que las personas que leen antes de acostarse se despiertan menos y duermen más que las personas que se acuestan sin leer.
Sí puedo decir que no siempre fui una lectora nocturna. Como estudiante de literatura en Puan, sede de la facultad de filosofía y letras de la UBA, tenía entre 3 y 5 seminarios por semestre; y para cada uno había lecturas obligatorias, además de la bibliografía de análisis. Paralelo a eso, comentaba libros en Caras, una revista desaparecida pero icónica. Mi sueño de acumular libros se había cumplido y multiplicado.
El estudio y el trabajo eran lectura, y luego ya no me quedaban ganas de descansar con otra en la mano. Para dormir, miraba el celular hasta que no entendía lo que estaba viendo, o me dejaba ir viendo alguna serie por streaming. Tenía menos de 30, y entonces no me costaba dormir.
Una que otra vez, para inducir alguna siesta, leía un par de páginas de mi lectura del momento. En menos de diez, me iba en los brazos de Morfeo.
Pero luego vino la pandemia, la que activó mis miedos nocturnos por la quietud, la falta de motores y voces o, peor aún, la presencia sorpresiva de ellos. Y los miedos de noche derivaron en insomnio, viendo el amanecer con el rostro bañado por una luz de pantalla, azul y blanca.
Lo primero que te dice la terapia es que apliques una higiene del sueño. No tomar café después de las 5 de la tarde, apagar las pantallas… que nos deja ante escenarios con menos brillo y luz. No hay descanso si no hay un frente a frente con una misma, parece decirte la psicología, y el paso del tiempo se vuelve un asunto que resolver.
Una higiene de sueño que incluya la lectura puede indicarle a tu mente que es hora de dormir. La postura quieta requerida te relaja físicamente, ya que el corazón se ralentiza y los músculos se sueltan. Porque para apagarte, debes hacerlo de a poco, invitando a tu cuerpo y mente a cambiar de ritmo.
En ese silencio pandémico, reactivé mi lectura recreativa antes de dormir, o para poder conciliar el sueño. En la lectura de ensayos, cuentos, novelas, poemas y no ficción, bajaba la velocidad del tren de pensamientos, y el movimiento del cuerpo.
Tras la pandemia, el regreso del ruido, y el avance de la terapia, la noche se mantuvo como mi momento de encuentro con las lecturas. No soy solo yo. La encuesta de hábitos lectores de Ipsos y Fundación La Fuente nos dice que un 65 % de lectores frecuentes y un 52 % de lectores ocasionales prefieren leer en la noche. (https://www.revistalibra.cl/revista/habitos-lectores).
Yo la elijo porque, cuando se acerca la medianoche de un día hábil, siento como si las distracciones se fueran a dormir antes que yo.
Porque la lectura me da acceso a otras historias, nuevas ideas y, en el mejor de los casos, llego a sentir otros sentimientos, como si de libro a mente operase una transfusión.
No es menos cierto que la lectura también tienta a vivir la noche, pues también me he desvelado por leer libros que no puedo soltar, como La zona de interés de Martin Amis o Mi vida y mi cárcel con Pablo Escobar de Victoria Eugenia Henao.
Sin embargo, cuando llega el momento de soltar la lectura, le sigue el momento de dormir la gran mayoría de las veces.
Se lo he sugerido a amigos y familiares con distintos grados de desvelo, les he dicho que lean, porque leer da sueño, aunque suene como una ofensa para el pueblo lector. Para casos extremos, recomiendo la poesía, ideal para tomarte y dejarte durmiendo profundamente, con su uso estético del lenguaje.
Romina Reyes (Santiago, 1988). Escritora y periodista. Entre sus publicaciones están los libros Reinos (Overol), Ríos y provincias (Montacerdos) y el fanzine Parecíamos Eternas. Actualmente es tesista de la Maestría en Literatura Española y Latinoamericana de la UBA.