
Cristóbal Briceño: “La lectura, junto con hacer caca, es la actividad más íntima que hay”
Cuando ocurre esta conversación, Cristóbal Briceño se acaba de cambiar de casa. De una cabaña de madera en los cerros de Limache, a la que se llegaba por un camino de tierra, el cantante y compositor de Ases Falsos, Fother Muckers y Los Mil Jinetes se fue, junto a su hija María y su pareja Valeria, a un condominio casi nuevo de blancas viviendas de concreto, llenas de ángulos rectos, muy cerca del centro de esa ciudad.

Silencio, por favor
De niño le temía, en mi juventud lo despreciaba, pero ahora, mañoso y terco, me volví un adicto al silencio.

Leerle a mis hijos no sirvió para convertirlos en lectores
Tengo dos hijos, hoy altos y hediondos, pero cada noche, cuando aún eran pequeños y fragantes, solía leerles un cuento al momento de acostarse. Después de lavarles los dientes y ayudarlos con el pijama, acomodábamos bien los cojines, elegíamos los peluches que nos acompañarían en la lectura y abríamos un libro ilustrado —de Oliver Jeffers, Micaela Chirif u Oscar Wilde— con el que daríamos por cerrado el día.

Rodrigo Olavarría: “Traducir es una tarea humilde hecha por personas narcisas”
La carrera de Rodrigo Olavarría (1979) comenzó por el final: traduciendo la obra más importante —Aullido— del principal poeta beat —Allen Ginsberg— para la más prestigiosa editorial española —Anagrama. Desde entonces, este puertomontino, que también escribe novelas y ensayos, se dedica a ser el médium entre las obras de Melville, Joyce y Dickinson, entre muchos otros, y nosotros, los hispanohablantes.

Microlecturas (o cómo andar en micro me enseñó a leer)
Los libros más importantes de mi vida los leí arriba de una micro. De varias, para ser preciso, aunque para mí, en ese entonces, a mediados de los 2000, todas las micros de Santiago eran una sola, la micro, un infernal y amarillo paquidermo de acero, monstruo manejado por otro monstruo, al cual debía subirme a diario, primero para regresar del colegio, después para ir y volver de la universidad.

Por qué cada vez leemos menos
Conozco mucha gente que ya no lee libros. “No puedo leer”, me han dicho personas o amigos que hice leyendo, unidos entonces, hace quince o veinte años, por el fervor a Kerouac, a Cortázar o en realidad a la idea, más allá del autor, de descifrar el mundo y la experiencia a través de las palabras. Ahora, tanto tiempo y tecnología después, las páginas se les volvieron un camino rocoso, una bicicleta que olvidaron cómo pedalear.